Cada vez que se empieza a construir un nuevo muro se le bautiza como ‘el muro de la discordia’. Y de éstos ya hay unos cuantos. La última noticia que he conocido ha llegado desde Río de Janeiro, donde el gobierno ha aprobado la construcción de 11 kilómetros de tapia para evitar la expansión desmesurada de las favelas y cuidar con ello la protección de la naturaleza de las bellas colinas de la ciudad. Esta decisión ha sido publicada poco tiempo después de que el presidente brasileño Inácio Lula da Silva anunciara la edificación de un millón de casas populares a causa del grave déficit habitacional del país. Precisamente es este déficit el que sigue provocando la construcción de las favelas. ¿Quién dice que sea éste el verdadero motivo? Porque a simple vista parece que sea la separación entre la ciudad aceptable de Río y la ciudad creada en las favelas, apartada de la cotidianeidad de la gran urbe, despojada del lujo y el dinero, lugar de pobreza, narcotráfico y violencia. Aquí ya nadie se fía de los buenos propósitos de los gobiernos y políticos.
Pero también es conocido el debate en torno a otros muros en el mundo, como el de Israel. Según las autoridades israelíes, el motivo de construcción del muro allí es evitar la entrada en su territorio de miembros de grupos armados palestinos, armas y explosivos procedentes de Cisjordania. O el ejemplo de la muralla que se pretende levantar a lo largo de la frontera entre Méjico y Estados Unidos con el objetivo de impedir la entrada de inmigrantes centroamericanos en el territorio 'gringo'. ¿Estos motivos constituyen excusas suficientes como para llegar al punto de dividir las fronteras simbólicas también físicamente?
Un muro causa daños al pueblo, minando los derechos humanos de éste y, con el paso del tiempo, toda la lucha quedará en el olvido.
El caso es intentar frenar con medidas desesperadas aquello que se presenta como perjudicial o como una amenaza. A situaciones desesperadas, medidas desesperadas y fáciles. Parece que la idea y el propósito de arrancar de raíz los problemas ha sido desde siempre algo que provoca la alergia de aquellos que están en el poder. Las negociaciones y rebajarse al mundo de a pie, de la calle, no queda bien en portada. Todo se decide desde arriba. El pueblo no tiene nada que decir ni aportar a decisiones como éstas. Por eso siempre será el muro de la discordia, y nunca el del ‘acuerdo’, porque un muro de 3 metros de alto nunca podrá significar la existencia de alianza, porque un muro separa, no une… porque parece que la discordia, y su muro, están de moda.






