Este final de curso no podía faltar mi asistencia a la fiesta del colegio... Era algo que quería hacer antes de... bueno, antes de una gran aventura. Necesitaba poder volver a recordar mi vida allí, necesitaba recuperar esa emoción que ahora mismo estoy sintiendo...
Recordando la típica carta de todos los años de aquéllas que dejan el colegio y que no sé cómo siempre me hace llorar:
Siempre quedarán en nuestro corazón las profesoras, las amigas, los pasillos, las paredes, las clases... todo aquello que contribuyó en nuestro aprendizaje diario para llegar a donde estamos ahora.
Aunque el lugar de la misa no fue el habitual y la fiesta se vio empañada por la lluvia, el día siguió siendo igual de especial. Además, por casualidad o por destino, después de mucho tiempo sin poder pasar por el colegio, tuve la oportunidad de ver la despedida de aquellas niñas a las que Ka y yo cuidábamos en nuestros recreos del comedor cuando todavía chapurreábamos con la guitarra...
Después de la misa, a sentirse un poco importante. Las profesoras cumplen con su papel de acordarse un poco de tu cara y a ti te hacen sentirte especial, sobre todo cuando te invitan a la sala de profesores, lugar que siempre estuvo prohibido.
Caminar por los pasillos y por los rincones casi olvidados, la nueva vida del colegio, los niños y niñas, los profesores y profesoras... y la rebeldía adolescente (que también tuvo su importacia)... todos hicieron de ayer un día especial... y todo me devolvió la ilusión...
¡Ah! Claro, no podían faltar las canciones... este estribillo me encantaba, porque siempre tenía mucha fuerza:
Contigo quiero caminar,
sembrar la paz en el dolor,
llevar al mundo la verdad,
no apagar nunca mi ilusión.
Quiero gritarles que a tu lado
es más sencillo conseguir
hacer un mundo más humano,
que un niño pueda sonreír.


